"Yo soy
como soy y tú eres como eres, construyamos un mundo donde tú puedas ser sin
dejar de ser tú, donde yo pueda ser sin dejar de ser yo, y donde ni tú ni yo
obliguemos al otro a ser como tú o como yo."
Subcomandante Marcos
Y ¿qué hace que yo sea como yo soy o que tú seas como tú eres? ¿cómo construyo mi
"yo soy"?. ¿Cómo construyes tú, tu "yo soy"? y... ¿cómo
podemos dejar que él se construya como quiera?
Los seres humanos somos, entre muchas otras
cosas, seres culturales... Nacemos en un territorio junto a otras personas, en
él hay una serie de formas de pensar, actuar, sentir..., que son compartidas o no,
que construimos y nos construyen. En nuestra mochila vital, se van
introduciendo numerosos elementos que delimitan y conforman nuestra identidad,
elementos que aparecen y desaparecen en función de quien tenemos delante, de
nuestras preferencias, de nuestras evoluciones o/u involuciones... De esta
manera, frente a un gitano yo seré una paya, y frente a un hombre yo seré una
mujer... y frente a un oriental seré una occidental..., entre otros
calificativos. El otro marca mi
diferencia, yo le marco a él la suya. Es un hecho natural, inevitable y real.
No debería de haber ningún problema...
"Conocer lo extraño implica conocerlo
como formando parte de un mundo que, siendo diferente del mío, no nos es
totalmente ajeno".
J.M. Esquirol, "Uno mismo y los
otros" (2005, pág. 20).
Sin embargo, a veces hay problemas, problemas
que surgen cuando algunas de las partes se sitúan en un lugar privilegiado
desde donde
se ve la realidad desde un único punto de
vista, a ser posible, el propio. Acabamos de entrar en eso que desde la
interculturalidad llaman etnocentrismo[1], habitualmente alimentado
por el prejuicio y cuya consecuencia
más inmediata es la discriminación.
Pero ¿cómo operan todos estos elementos en
nuestra percepción de la realidad?
El prejuicio nos ayuda a simplificar un mundo
social complejo y nos limita la percepción de lo otro y del “otro”, en gran
parte son construidos por nuestros referentes
culturales y nuestra experiencia personal. La discriminación llega cuando
nuestros prejuicios no son ni positivos ni neutros, es decir, cuando “el otro”
es en nuestros ojos, “inferior” o “no digno”.
Todos estos constructos mentales y culturales
traducidos en actitudes, sentimientos y acciones pueden darse de manera consciente, activa y
violenta..., así, podemos hablar de etnocentrismo
autocomplaciente, particularista y/o universalista. O pueden darse de
manera inconsciente y no por ello menos activa o menos violenta que la
anterior... hablando de etnocentrismo
cándido[2].
Y visto así, no parece que sea tan sencillo
hacer frente a la diversidad cultural, o sí...
No podemos olvidar que en el contacto entre
culturas existen relaciones de poder. Sin darnos cuenta imponemos valores
occidentales como la igualdad o la libertad
a culturas que ya tienen los suyos propios. Hablemos de igualdad en
derechos sociales, individuales o políticos pero mantengamos el derecho a la
diferencia en relación a las costumbres, los símbolos, el idioma... y yendo más
allá ¿por qué no proclamar el derecho a la indiferencia? [4]
Teresa San Roman describe otro tipo de etnocentrismo, el crítico, que tiene que ver con la cita del comienzo del
Subcomandante Marcos, el cual implica la búsqueda consciente de la cultura
propia y que se conoce con el contraste de otros referentes y con los propios
cambios vividos. Y como la misma autora señala, quizás no sea tanto “cómo entendemos “al otro”, sino qué estamos
dispuestos a aceptar de él”.
[1] Etnocentrismo: es la tendencia
a interpretar el mundo que nos envuelve, otras culturas y sociedades bajo el
único punto de vista del observador, según sus ideas y jucios de valor. Se
asocia a ideas de superioridad y proyecciones universales de determinadas
particulariedades.
[2] Todos ellos descritos por
Teresa San Román.
[4] http://manueldelgadoruiz.blogspot.com/2011/06/les-joies-de-la-reina-el-dret-la.html (visitado el 21-03-2012)
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