lunes, 16 de abril de 2012

Estereotipos, prejuicios y discriminación


"Yo soy como soy y tú eres como eres, construyamos un mundo donde tú puedas ser sin dejar de ser tú, donde yo pueda ser sin dejar de ser yo, y donde ni tú ni yo obliguemos al otro a ser como tú o como yo."

Subcomandante Marcos

Y ¿qué hace que yo sea como yo soy o que  tú seas como tú eres? ¿cómo construyo mi "yo soy"?. ¿Cómo construyes tú, tu "yo soy"? y... ¿cómo podemos dejar que él se construya como quiera?

Los seres humanos somos, entre muchas otras cosas, seres culturales... Nacemos en un territorio junto a otras personas, en él hay una serie de formas de pensar, actuar, sentir..., que son compartidas o no, que construimos y nos construyen. En nuestra mochila vital, se van introduciendo numerosos elementos que delimitan y conforman nuestra identidad, elementos que aparecen y desaparecen en función de quien tenemos delante, de nuestras preferencias, de nuestras evoluciones o/u involuciones... De esta manera, frente a un gitano yo seré una paya, y frente a un hombre yo seré una mujer... y frente a un oriental seré una occidental..., entre otros calificativos. El otro marca mi diferencia, yo le marco a él la suya. Es un hecho natural, inevitable y real. No debería de haber ningún problema...

"Conocer lo extraño implica conocerlo como formando parte de un mundo que, siendo diferente del mío, no nos es totalmente ajeno".

J.M. Esquirol, "Uno mismo y los otros" (2005, pág. 20).

Sin embargo, a veces hay problemas, problemas que surgen cuando algunas de las partes se sitúan en un lugar privilegiado desde donde
se ve la realidad desde un único punto de vista, a ser posible, el propio. Acabamos de entrar en eso que desde la interculturalidad llaman etnocentrismo[1], habitualmente alimentado por el prejuicio y cuya consecuencia más inmediata es la discriminación.
Pero ¿cómo operan todos estos elementos en nuestra percepción de la realidad?
El prejuicio nos ayuda a simplificar un mundo social complejo y nos limita la percepción de lo otro y del “otro”, en gran parte son construidos por nuestros referentes culturales y nuestra experiencia personal. La discriminación llega cuando nuestros prejuicios no son ni positivos ni neutros, es decir, cuando “el otro” es en nuestros ojos, “inferior” o “no digno”.

Todos estos constructos mentales y culturales traducidos en actitudes, sentimientos y acciones pueden darse de manera consciente, activa y violenta..., así, podemos hablar de etnocentrismo autocomplaciente, particularista y/o universalista. O pueden darse de manera inconsciente y no por ello menos activa o menos violenta que la anterior... hablando de etnocentrismo cándido[2].

Y visto así, no parece que sea tan sencillo hacer frente a la diversidad cultural, o sí...
No podemos olvidar que en el contacto entre culturas existen relaciones de poder. Sin darnos cuenta imponemos valores occidentales como la igualdad o la libertad  a culturas que ya tienen los suyos propios. Hablemos de igualdad en derechos sociales, individuales o políticos pero mantengamos el derecho a la diferencia en relación a las costumbres, los símbolos, el idioma... y yendo más allá ¿por qué no proclamar el derecho a la indiferencia? [4]

Teresa San Roman describe otro tipo de etnocentrismo, el crítico, que tiene que ver con la cita del comienzo del Subcomandante Marcos, el cual implica la búsqueda consciente de la cultura propia y que se conoce con el contraste de otros referentes y con los propios cambios vividos. Y como la misma autora señala, quizás no sea tanto “cómo entendemos “al otro”, sino qué estamos dispuestos a aceptar de él”.





[1]    Etnocentrismo: es la tendencia a interpretar el mundo que nos envuelve, otras culturas y sociedades bajo el único punto de vista del observador, según sus ideas y jucios de valor. Se asocia a ideas de superioridad y proyecciones universales de determinadas particulariedades.
[2]    Todos ellos descritos por Teresa San Román.

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