Las sociedades, a lo largo de la historia, han tenido maneras diferentes
de “entenderse” con la locura.
Así, en la Edad Media, la locura toma una
figura errante, en un intento de deshacerse del que es diferente, la sociedad
la expulsa de las ciudades e incluso la embarca en naves hacía el indómito mar.Es la Iglesia la que marca los
comportamientos que han de ser embarcados y los que no.
Más tarde, en los siglos XVI y XVII, son los estados los encargados del orden. La
locura ya no pasea sino que se encierra, y no sola, sino que la acompañarán
enfermos, vagabundos, niños abandonados… los improductivos de la sociedad, idea
aún vigente en algunos sectores de nuestro tiempo.
En una tercera etapa, S. XVIII y S. XIX, nos encontramos con el nacimiento de los hospitales, de la psiquiatría y con ella, la enfermedad
mental, que lucha por conseguir un puesto dentro de las ciencias médicas. Para
ello trata de demostrar el carácter científico y empirista de la psiquiatría
elaborando manuales de diagnóstico de trastornos mentales, medicalizando y
volviendo a encerrar al loco en hospitales especializados, solo y para curarle.
El S. XX los enfoques de Freud y Kraepelin
cobran bastante influencia a pesar de sus divergencias. El primero pone énfasis
en la palabra como desactivador de comportamientos y el segundo trabaja en el
desarrollo de categorías diagnósticas.
En España y otros países, los locos siguen
encerrados, eso sí, más ¿sanos? y más limpios.
En los años 30, en Cataluña, Francesc
Tosquelles, cercano al psicoanálisis y al sujeto para el que trabaja, entiende
que no se puede conocer y tratar a la gente en un despacho y que el médico “ha de ir a la calle a presenciar como médico”[1].
Además cuestiona los manuales de
diagnóstico llegando a decir que son un lamentable retroceso en el campo de
estudio de la psiquiatría. Entiende que cada persona necesita una psiquiatría
específica (si es que necesita alguna), donde las medidas standars no funcionan.
Fue el ideólogo de las principales reformas de los años 50 en Cataluña y
España.
En los años 60 surge la anti-psiquiatría,
movimiento que se opone al modelo positivista de encierro y biomédico dominante
y que en España está muy cercano a las ideas del modelo heredado de la
dictadura (higienismo y caridad)
En los 80, la psiquiatría comunitaria
aparece como un paradigma más dialogante y reflexivo que propone externalizar a
los pacientes, poniendo fin al encierro, hacer un tratamiento farmacológico
ambulatorio y recuperar la red social. Para ello la salud mental ha de ser
tratada dentro de la comunidad y tener en cuenta al “enfermo” y su entorno.
Planteamientos que recuerdan a Pinel y a su
idea de tratamiento moral, a David Cooper y su idea de que el conflicto con el entorno
provoca el problema mental… también Foucault, Deleuze, Carlos Castilladel Pino y desde el campo de la antropología, se aportan nuevos enfoques para
mirar la locura.
Sin embargo y a pesar de las reformas y las
nuevas miradas, el paradigma comunitario no termina de coger fuerza y al
contrario, el paradigma biomédico parece el imperante.
Hay y han habido iniciativas y propuestas
que apuestan por la persona y la importancia de un tratamiento terapéutico
posterior a la medicación. Y que ésta, la medicación, sea una parte del
tratamiento y no el tratamiento.
Seguimos utilizando el encierro pero esta
vez como un elemento de control social y a veces, también para expulsar a lo
diferente. Y ahora se controla a la persona desde su interior, es mucho más
fácil.
Quizás una buena pregunta para acercarse a
la historia de la ¿¡_ (Locura)_!?,
sea:
¿Qué estamos dispuestos a aceptar del otro?
¿Por qué? y ¿para qué?
Puede que comprendamos mejor la historia
que está quedando escrita en el momento actual y si lo vemos necesario…,
cambiar paradigmas y acciones.
El sufrimiento mental no puede ser pensado
ni tratado desde un solo ángulo. Son tantas las variables que influyen en su
desarrollo que sólo una visión holística del problema puede encontrar un
tratamiento efectivo y a partir de un trabajo multidisciplinar e
interdisciplinar, donde el profesional es sólo una parte del andamio que
necesita la persona para remontar. Porque la sociedad, la familia, el empleo,
la red social, medios de comunicación y sobre todo la propia persona afectada… tienen también un importante papel en
ese andamiaje.
Cualquier individuo categorizado como
“enfermo” ya tiene bastante con superar su enfermedad como para también luchar
contra el estigma que la sociedad le otorga por este hecho. Así, la pluralidad
de tratamientos y oportunidades para estas personas han de ser directamente
proporcionales a las historias relatadas, incluyendo la libertad personal de
elegir. El problema es que muchos de estos tratamientos terapéuticos han
quedado fuera de la red pública de recursos y/o no se han especializado tanto
en casos “difíciles” o no son accesibles para un número importante de
ciudadanos por sus elevados costes.
Y aquí seguimos tirando de lo fácil,
¿efectivo? y accesible: la pastilla.
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